A pesar de la infinitud numérica, tenemos unos cuantos números elegantes, admirables, transcendentales, solventes e insolventes, luminosos y sobresalientes como los que voy a mostraros.
Entre ellos está la unidad, lo que le da invariancia a cualquier cosa multiplicada por él incluido él mismo, lo que cualquiera esperaría para subsistir cuando es dividido, la singularidad, la simpleza, la base natural, el principio de casi todo, nuestro 1.
Otro gran número al que le costó salir del armario, el 0; su presencia es inadvertida, su multiplicación desintegra, la división por él multiplica hasta los confines del cosmos y cuando se divide a si mismo, puede pasar cualquier cosa, un número que nació de la nada.
Este número es un irracional, sin conocimiento alguno, un hecho probado por el que le asignó su identidad, su nombre, la letra que lo designará por siglos, el que aparece en la normalidad más normal, en los intereses más compuestos o en la mayoría de las fronteras, ese es e, 2.7182818284590452… el resultado de infinitas adiciones de inversiones factoriales.
Y ahora mi favorito, π, la relación de lo incor-recto, lo que aparece en el sitio menos pensado incluso donde no hay curvas, el que cuando contamos 3 para hacer algo, todavía le queda .14159265358979323846 para empezar y nunca empezaríamos, el que el ser humano empeña su esfuerzo en conocer su fin sabiendo que no lo tiene, la transcendencia conyugal perpetua con e.
Por último, un número que no es número, su complejidad no le permite compartir espacio con la naturalidad o la realidad; su imaginación es inimaginable y sus raíces están basadas en aspectos negativos, pero a pesar de esto, sus primos naturales lo ponen siempre en un buen sitio en espera que algún día pueda salvarlos de su misterio.
Pues este es el equipo que eligió S. M. Leonhard Euler para generar su obra maestra de la formulación, obra en la que cada miembro del equipo tiene su puesto, tiene su función, tiene su trabajo, acompasados y anexados por una sublime igualdad.
¿Habrá mayor belleza en esta igualdad? ¿Se puede ser más perfecto? ¿Pensaría algún matemático en algún momento de su vida que esto era posible?
Pues sí, ¿Quién iba a decir que la complejidad podría expresarse exponencialmente simple?